Cuando tus anfitriones son cortadores de cabezas


El 16 de noviembre de 1944, un B-24 aliado fue alcanzado por la artillería nipona cuando sobrevolaba la densa jungla de la isla de Borneo. Los tripulantes salvaron la barrena del aparato saltando a la selva y al miedo indígena con la única protección de sus paracaídas; en la que es una de las historias de supervivencia más apasionantes de la segunda guerra mundial. Seis meses de convivencia, inmersión y sometimiento de la cultura Dayak -tribu cercenadora de cabezas- para aprovecharse de ellos y sembrar de testas japonesas la isla.

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Un par de ejemplos de los ‘trofeos’ decorados con vegetales que aún se conservan y se venden como ‘arte’ indígena al mejor postor. Fuente

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La gigantesca isla asiática era centro neurálgico y productivo del combustible bélico japonés y los aliados sabían que una buena estrategia debilitadora partía por censurar el suministro a sus temibles ‘zeros’. Ese 16 de noviembre, un escuadrón de B-24 que se encontraba de misión bombardeando los más importante pozos petrolíferos de la isla; fue recibido por varias baterías antiaéreas niponas no computadas por la inteligencia aliada. El resultado fue desalentador y acabó con innumerables bajas.

Pero también Borneo era la isla de los Dayaks y cientos de desconocidas tribus aborígenes con fama sanguinaria que habían sabido defender muy bien su jungla a base de técnicas asimétricas de guerra y por encima del miedo a su propia leyenda. Ni la peor de las guerras había sido capaz de someter sus derechos sobre la selva que los vio nacer. Los japoneses los tenían aislados pero nunca sometidos.

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Extracto resumen en castellano del documental «Los Cazadores de Cabezas»

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Los Dayaks son un pueblo multiétnico mezcla de más de 200 tribus autóctonas sometidas a la involución de una cultura isleña. Son extremadamente tradicionalistas y honrados para con sus semejantes. Entre sus costumbres y rituales destaca el obsequiar o ‘lucir’ con una cabeza humana los momentos más importantes de la vida de sus miembros. Cuando una mujer está embarazada el marido debe obsequiarla con una cabeza recién cortada de un enemigo para liberar al bebé de los malos influjos del destino. Lo mismo cuando un adolescente alcanza ritualmente la edad madura. Sin cabeza no hay valor confirmado. O si alguien aspira a convertirse en pareja de la hija del jerarca. En vez de piezas de ganadería, el coraje o valentía se cotizan con las ‘ideas’ arrancadas objetivamente al enemigo.

Con este panorama, 7 tripulantes de aquel B24 herido aterrizaron con sus paracaídas en medio de la jungla lejos de territorio ocupado nipón pero dentro del dominio Dayak. El salto, muy descoordinado, acabó con el grupo disperso y perdido en medio de un territorio inexplorado. Phil Corrin y Dan Illerich, dos de los soldados, cayeron muy próximos y decidieron ir a buscar los restos del avión para localizar los ‘kits’ de supervivencia.

Cuatro de lo miembros de aquella histórica tripulación. Dan Illrich el segundo por la izquierda. Fuente

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El avance era penoso y casi sin luz por los más de treinta metros de denso follaje que se erguía sobre sus cabezas. Cuando se acercaron al aparato -al olor del humo y del fuego- un estruendo de explosiones y balazos estuvo a punto de acabar con ellos. Una emboscada japonesa planeaba sus cabezas hasta que se dieron cuenta que, en realidad, era su propio armamento el que estaba crepitando descontroladamente por el fuego del accidente. Muy peligroso.

El encuentro con los nativos cortacabezas tuvo lugar a la orilla del río, en un descanso de su particular paseo por la jungla. Los primeros silencios en el intercambio de miradas fueron brutales y anticiparon el desenlace tímido del intenso miedo: ¿Hola?

Un trueque de sonrisas sirvió para acercar distancias y romper el pánico congelado. Los aborígenes inmediatamente identificaron el uniforme americano para elevar sus lanzas y cerbatanas en señal de alianza. Estaban salvados.

Y es que la opresión decenaria nipona sobre los grupos selváticos hizo que los Dayaks conocieran el significado de los símbolos aliados para identificarlos conscientemente como fuerza amiga. En los años 30 unos misioneros protestantes norteamericanos habían tenido mucho éxito entre los Dayaks. Hasta que la invasión japonesa acabó decapitando a aquellos ‘protectores espirituales’. Los americanos dejaron caer sus armas cortas al suelo al mismo tiempo que los Dayaks se despojaron de las suyas para estrechar sus manos. Lo siguiente fue una invitación por señas para acompañarlos a su aldea. Comienza la aventura.

Ya en el poblado, los jerarcas obsequiaron una de sus mejores cabañas a los soldados americanos. Un acogedor cubículo de piso formado por largos tablones de madera, paredes de bambú y techo cónico de hoja de palma. Construcción típica del pueblo Dayak. Una vez dentro y aliviados por las circunstancias, Phil y Dan repararon con estupefacción en la decoración de la cabaña: cabezas humanas disecadas colgadas por todos lados anunciaban los fabulosos ‘trofeos’ de la familia anfitriona.

Todavía se conservan los trofeos al ‘valor’ en las cabañas Dayak. Fuente

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Poco días después los cinco soldados restantes fueron rescatados y conducidos por los Dayaks a la protección de su aldea para comenzar lo que sería una inmersión cultural de casi seis meses entre dos formas de vida totalmente opuestas pero unidas por el odio común a un mismo enemigo: Japón.

Cuando los japoneses se dieron cuenta de que unos aviadores americanos habían caído en la jungla se organizaron para batir la zona. Los dayaks buscaron un refugio mejor en el interior de la selva para sus ‘invitados’, lejos de la evangelización y el alcance nipón. Una patrulla japonesa se adentró con hostilidad en las aldeas Dayak removiendo viejos odios y resentimientos mientras intentaba localizar a los soldados americanos.

Fue entonces cuando los aborígenes decidieron acabar con los soldados nipones, rescatando sus viejos y sangrientos ritos y perpetrando una emboscada nocturna para alimentar el botín de sus cabezas cortadas. A partir de ese momento se declaró la guerra sucia entre ambas enemistades centenarias. Los Dayaks utilizaban a sus mujeres desnudas en el río como cebo para captar y llamar la atención de los japoneses para luego tumbarles con sus cerbatanas y romperles el cuello a cuchilladas. Todos los soldados que entraban en su zona eran asesinados y decapitados.

Dan Illerich en la actualidad posando como único superviviente junto a un L-3 Aeronca, similar al que les sacó de la isla. Fuente

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Las fiestas nocturnas de la victoria eran bacanales necrófilas de odio y tradición a las que asistían impertérritos sus protegidos, los soldados americanos. Mientras se ahumaban las cabezas del enemigo los bailes y la música de los gongs unían ambas culturas en el éxtasis de un mismo odio.

Mientras, al otro lado del mundo, se perpetraba un plan para rescatar a los ‘sufridos’ aviadores. El conocido y polémico antropólogo británico Tom Harrisson, conocedor de la zona y especialista en la cultura Dayak, iba a ser lanzado en paracaídas para intentar el rescate, ejerciendo de intermediario con las tropas aliadas que ya frecuentaban la costa de la cercana isla de Tarakan.

El 25 de marzo de 1945, cinco meses después de que el B-24 fuera derribado, Tom Harrisson y su equipo saltaron sobre un claro en la jungla cerca de donde se creía ejercían los dayaks y los kelabis. El plan era agasajar a las tribus locales con medicinas y regalos para ‘comprar’ su voluntad y ayuda para localizar a sus protegidos. Una carta de Tom llegó enseguida a las manos de Dan Illerich anticipando su inevitable encuentro el siguiente 21 de abril.

La descabellada idea para sacar a los soldados de la isla -ya muy débiles y enfermos- era construir una pista de aterrizaje en algún claro para que un pequeño avión Gloster los evacuara uno a uno hasta la costa; donde las tropas británicas ejercían ya su autoridad ‘reconquistada’. El barro de la selva hacía imposible la maniobra de cualquier aparato y Tom pensó en construir una ‘alfombra’ de bambú para que el pequeño Gloster (único aparato disponible) no se empotrara en el barro. Dicho y hecho, la única pista de aterrizaje de bambú del mundo fue construida con la ayuda de 1.000 Dayaks y coronada con las banderas aliadas y la simbólica cabeza de un japonés ajusticiado.

Imagen de la inauguración de la primera pista de aterrizaje de bambú del mundo. Fuente

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En 29 junio de 1945, Dan Illerich, el último soldado que quedaba fue evacuado en avión de Borneo. La increíble historia de supervivencia y ‘parasitaje bélico’ fue rápidamente eclipsada por los acontecimientos de Nagasaki e Hirosima de unos días más tarde. Hoy es el único superviviente de aquella aventura que da fe a su memoria.

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Fuentes y enlaces.

La historia es un clásico de la supervivencia en la segunda guerra mundial. Imprescindible el documental completo de la «National Geographic» basado en la transcripción del libro «The Airmen and the Headhunters». Podéis encontrar más información de la aventura aquí, aquí y aquí. Y fotos actuales de la domesticada tribu de los Dayaks según unos; o la todavía peligrosa y asesina etnia de Borneo,  según otros.  Si eres un friki necrófilo puedes comprarte en ebay alguna de las calaveras al estilo dayak para decorar tu oronda estupidez.

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