Dicen que el incendio de Mojácar del pasado día 23 lo desencadenó un rayo de 10 puntas que encendió otros tantos focos al compás del gran Zeus. Dicen, por otros lados, que una pavesa de un incendio pasado atravesó la comarca amparada por los vientos y se dividió en 10 bombas incendiarias. Otros dicen que el 96% de los incendios son provocados por la ineptitud del codicioso. Pero nadie mira al bosque quemado. Todos acusan pero nadie responde la llamada de la tierra. A todos ellos traigo postales desde el corazón mismo de este infierno muerto.
Caracoles calcinados en su hábitat natural. Fuente Kurioso
El fuego asoló más de 4000 hectáreas de la Sierra de Cabrera (Almería) rodeando por completo el pueblo de Mojácar (situada en lo alto de una montaña) y obligó a evacuar a más de 3000 personas. La lengua de fuego se extendió desde la localidad de Turre hasta las playas de Mojácar en distintos focos y atravesando varias colinas y valles. A día de hoy la postura oficial habla todavía de «causas naturales» como origen de la catástrofe, obviando las explicaciones técnicas bajo el epígrafe «distintas razones» (no declaradas) que llevarían a descartar la intencionalidad de las llamas. Otros insisten, avalados por obviedades, en rescatar la teoría conspiranoica. Pero los más peligrosos, sin duda, son aquellos empeñados en minusvalorar el grave perjuicio ecológico.
La vista general del pueblo de Mojácar muestra el devastador panorama del paisaje dibujado por el fuego. Las cuatro colinas que flanquean la ciudad se pintan negras de carbón y ceniza.
El incendio ha reducido a cenizas cientos de almendros, olivos, palas chumberas, encinas y castaños. Y ha evaporado la manta de matorral imprescindible para mantener la cohesión de tierra necesaria para evitar la tan temida erosión. Con la catástrofe se ha destruido también, gran parte del hábitat (en la Sierra de Cabrera) de una especie protegida y en peligro de extinción: la tortuga mora.
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Mojácar, situada en lo alto de una colina, fue asediada por el fuego en todos sus frentes; obligando a desalojar a más de 4000 personas cuando las llamas acechaban sus viviendas.
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Las cenizas cubren de muerte y decoloran ahora lo que otrora rezumaba color y vida. El polvo lo impregna todo y se mezcla con la calima para insinúar parajes inhóspitos propios de otros mundos.
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Algunas viviendas fueron rodeadas y asaltadas por el fuego antes de trepar éste, colina arriba, buscando la destrucción y el oxígeno.
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Un cubo de basura yace, derrotado por el calor, plegado y sometido a los caprichos del nuevo terreno domado por el fuego.
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Cerca del cementerio un campo de viejas encinas muestra las heridas del fuego devastador.
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La carretera (Al 6111), que debió actuar como cortafuegos, fue ignorada y batida por el tamaño de una llamas que se alimentaron de todo lo que había en ellas.
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Justo en la tapia del cementerio, el fuego se cebó con una replantación de chopos y matorral. Los cipreses que encuadran la señorial entrada muestran su cara tostada como prueba de la singular batalla. El fuego no molestó a los muertos.
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Una chumbera, abatida por el calor extremo, se muestra derretida y derrotada. El olor a podredumbre es insoportable.
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Ningún cerro en el recorrido Turre-Mojácar se salvó de la quema. Despreciar la importancia del matorral en los incendios de Mojácar es ignorar las bases para la conservación de un ecosistema tan frágil como el almeriense. El matorrar impide con su arraigo la erosion del terreno y su posterior desertización. Una vez despojado de tan sutil manto, la escorrentía de pendientes arrastra las capas fértiles de la tierra impidiendo el asentamiento de nuevas floras.
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El sotobosque es el primero en padecer los rigores del fuego. Arbustos y matorrales se convierten en una sábana blanca y polvorosa de pavesas y cenizas dejando expuestas y desnudas las viejas especies arbóreas, que permanecen heridas de muerte por sus carbonizadas cepas.
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Cientos de cementerios de caracoles incombustibles afloran de entre las cenizas para tamizar la alfombra blanca. Al cogerlos con las manos se deshacen como papel de fumar para convertirse en el mismo polvo blanco que les rodea.
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Los árboles muertos y carbonizados parecen retorcerse aún de dolor.
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Algunos vehículos en el camino del Cerro Mezquita dejaron al descubierto su parte más dura.
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Fuentes y enlaces
Todas las fotos fueron sacadas con una Canon Eos 500D en mi reciente visita a la zona cuando el fuego ya había desaparecido por completo. Cuando los periodistas habían dejado ya de hacer fotos y se marchaban con la noticia, cuando los afectados tenían que volver a sus casas y comenzar a labrar sus campos de nuevo… El recorrido incluye sólo la parte de paraje incendiado que va desde Turre al pueblo de Mojácar. El incendio llegó también a las playas, amenazando a hoteles y urbanizaciones pegadas al litoral. Nunca antes había caminado por una alfombra de ceniza tan espesa y desoladora. Reseñar la sensación de vacío provocada también por la ausencia del ‘chicharreo’ constante de insectos tan característico del paisaje de la zona.
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